Padre Fernando Montes S.J.
"Salir de la élite y encarar las desigualdades necesariamente hiere intereses. Como jesuitas lo hemos vivido, ha sido un proceso lento y difícil. Y esta reforma (educacional) va a generar resistencias, de las más variadas que uno puede imaginar", advierte el padre Fernando Montes, rector de la Universidad Alberto Hurtado, al hablar del rol de su congregación en la educación chilena.
Los jesuitas llegaron al país en el siglo XVII instalando colegios. Hoy tienen escuelas populares y pagadas, industriales y humanistas, universidades y planteles para trabajadores. No ha sido fácil, dice.
Recuerda que hace 170 años, cuando se fundó el Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle (en el centro), "la labor educativa no llegaba a las clases populares porque los más pobres no estudiaban".
Cuenta que a comienzos de los años 40 construyeron un edificio para trasladar el internado a un terreno que tenían en las afueras de la ciudad (hoy Bilbao con El Bosque). "El proyecto quedó inconcluso y años después se puso ahí un anexo del colegio Alonso Ovalle que daría vida al San Ignacio de El Bosque".
Y confiesa: "¿Sabe? El Padre Hurtado se opuso a tener un anexo, previendo que nos íbamos a encerrar fuertemente en élites. No se equivocó, pero en ese minuto no se comprendió su advertencia".
La resistencia
Ese colegio fue particular pagado "y cuando -movidos por la integración social- se suprimió la cuota de incorporación y se estableció una cuota diferenciada (según la capacidad de pago de cada familias), tuvimos mucha resistencia de algunos apoderados. Se nos fueron cantidades de alumnos porque las familias no querían mezclarse".
-Es doloroso ver cómo tenemos la mentalidad clasista metida en el alma de la sociedad chilena. Pero nuestra historia tiene en su médula la desigualdad, hemos tenido un desarrollo desequilibrado.
Explica que en el siglo XIX "hubo un desarrollo notable en lo político", porque a poco de la Independencia había instituciones políticas instaladas y un sistema de elecciones para quienes sabían leer, escribir y tributaban (1% de la población).
El problema, dice Montes, es que hubo poco desarrollo social y económico, provocando muchas desigualdades que explotaron en la revolución de 1891.
El siglo XX, agrega, fue una lucha por generar igualdad social, pero con mucho descuido del desarrollo económico. "Y llegamos a Frei con la Revolución en Libertad y luego a Allende con la Revolución con empanada y vino tinto. Al final, terminamos con el golpe de 1973 y los militares con un proyecto centrado en lo económico con descuido social y político", detalla.
-¿Cómo ustedes hicieron el giro para abrirse a educar no sólo a la élite?
-Como jesuita hemos tenido una actitud clave: el discernimiento, el mirar la realidad y cuestionarnos, el hacernos preguntas, el dudar de nuestros propios puntos de vista. Porque uno no se da cuenta cómo puede vivir encapsulado. Es muy tranquilizador una religión que no cuestiona nada, donde sólo adoras a Dios y rezas rosarios. ¡Pero Jesucristo no es eso! Por eso es tan interesante la invitación del Papa de salir a las fronteras para escuchar lo que se dice afuera. Siempre creemos que donde vivimos y como vivimos es lo lógico, lo normal. Pero no es así.
Agrega que un punto importante en este proceso fueron las asambleas de obispos latinoamericanas (después del Concilio Vaticano) donde se planteó la necesidad de optar por los pobres. Después, dice, "definimos nuestra vocación asumiendo la promoción de la justicia como parte esencial del servicio a la fe".
Sembrando una catástrofe
-Pero hasta hoy siguen educando a la élite. ¿Cuál es el discurso para ellos?
-Les decimos que van a tener una función social, que salgan y conozcan el otro lado de la realidad. Que tengan pasión por la justicia y sensibilidad por los más desvalidos. Nos dimos cuenta de que la educación no es sólo la formación de una persona, sino que se inserta en un proyecto de país del cual todos somos responsables. Por eso hoy tenemos que tener mucho cuidado, porque la élite va a tener que cambiar si queremos un país moderno, no puede seguir siendo un grupo tan pequeño concentrando todo. Eso, para un país es un desastre. Debemos inculcar el deber de promover un cambio social.
Y advierte: "Estamos sembrando una catástrofe si sólo tenemos una cultura en que cada uno defiende sus derechos y nadie enseña obligaciones, que debo hacer un aporte personal a la sociedad. Es preocupante que los jóvenes hablen sólo de derechos ¿Y de deberes? Cero".
-La reforma habla de la educación como un derecho social.
-Defendamos los derechos, pero no sólo los míos, también los de los otros. En la reforma educacional falta definir qué actitudes vamos a crear en los jóvenes para tener ciudadanos bien formados, responsables y capaces de vivir con otros y para otros. Chile tiene, con todo lo que ha progresado, un corsé que lo constriñe y hace que el país sea desigual. Mientras eso no se encare con verdad absoluta, no cambiará.
Explica que "no es sólo el clasismo del más rico con el más pobre, sino que está inserto en el cuerpo social... todos tratan de subir al peldaño superior apartándose de quienes consideran inferiores".
Y dice que esto es evidente con el copago: "En la más humilde de las poblaciones, el papá que puede pagar $1.000 para que su hijo no se mezcle con el que no puede pagarlo, va hacer cualquier cosa para conseguirlo. Es tal la necesidad de diferenciarse, de aplastar y corretear a los más pobres, que se pasan todos los límites".
por: Jéssica Henríquez, La segunda